Solía ponerme nerviosa antes de subir al escenario; gritar, no me preguntes cómo, en silencio. Solía cerrar los ojos y pedirle a Dios que saliera mucho mejor que en los ensayos, que me perdonara si esa semana no había sido justa, humilde o si mi madre me había tenido que regañar alguna que otra vez pero que porfavor brillara como las bailarinas que veía en videos de youtube o en la televisión. Quería ser la estrella que lo iluminara todo, que aunque fuéramos muchas, fuese yo la que nadie pudiese dejar de mirar, y por eso tanto esfuerzo. Y como yo, todas. Luchábamos cada semana por ser mejor, aunque a veces estábamos cansadas y no rendíamos lo suficiente. Luchábamos por ser nosotras las que dieran que hablar durante días, meses; que fuéramos sus bailarinas favoritas, que no falláramos a nuestra profesora a la que tanto aprecido le tuve siempre.
Supongo que sabrás eso de que las bailarinas tenemos que estar rectas como un cisne, ¿no? pues quizás llegaba el momento en que las puntas te destrozaban el dedo pequeño y tus pies gritaban auxilio pero ,al menos yo, estirada como nunca mi figura y más que un cisne parecía un palo chino, pero me hacía sentir fuerte y segura. Qué recuerdos... qué momentos.
Y que sí, que quien me ha acompañado en esta etapa de mi vida lo sabe, que no hay mejor mezcla de sensaciones que las que tienes en el camerino y sobretodo cuando escuchas que tu grupo debe de ir preparándose y ya te digo yo que se te habrá caído el moño, que no habrás terminado de pintarte o te faltarán las zapatillas pero tú no estarás lista en ese momento y no hace falta que os explique a las que ya conocéis estas sensaciones, que en ese preciso momento, estarás tan nerviosa que no recordarás ni cómo empezaba tu baile y... ¿cómo era la canción?
Gracias música por entenderme. Gracias ballet por hacerme sentir grande. Gracias profesoras por ayudarme dia a día a superarme y sobretodo, gracias compañeras, porque sin ustedes nunca hubiese tenido el valor de subirme al escenario.